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Somos nosotros los que estamos muertos, te digo. Pero me haces callar. Miro tus nalgas tendidas sobre la cama. Y esos cuerpos que se mueven indolentes, pasando ante nosotros. Me hablas del sol y de la infancia, de los juegos en un río que ya no existe. Me hablas de la ausencia –niños velados en la fotografía, ordeno y mando, la abuela, que murió aquel invierno- como si fuera posible la tristeza. Entérate, somos tiempo. Simplemente. Tiempo sin descanso. Mírame. Querrías teñir de vida esta visión, la desolación de las paredes, la rosa podrida en el jardín. Pag. 04 |
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Daniel Casado y Chuty