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En Trujillo, cuando al tarde declina En Trujillo, cuando la tarde declina, a esa hora en que septiembre baña los edificios de una luz templada y los últimos automóviles del verano abandonan la ciudad como luciérnagas en procesión, los gatos toman la ciudad. Las tapias recobran el olor del celo y los maullidos de las crías, que para vencer el invierno inminente aprenderán de madrugada el oficio del hambre. Sólo la sangre nocturna del duelo permite comprobar que la noche, más allá de su inquebrantable quietud, da cobijo al misterio.
Casi a ciegas, Paco ha entrado con las primera luz de la mañana en su Museo. La puerta, que aún guarda la humildad y el pesado porte de antaño, se abre con solemne dificultad. Entonces, cuando estas paredes daban refugio a la orden de la Merced, y los oficios de la ciudad teñían, con su estruendo de campanas, de tinto el cielo de la ciudad, las puertas no debían resistirse tanto. Bastaba que algunos pocos fieles cruzaran a diario el umbral para que todo el edificio recobrara de inmediato su razón de ser, esa gris benevolencia a lo divino.
Por eso, ahora, cuando sólo un pobre artista lo empuja para encerrarse dentro con el sólo objeto de transformarlo en un museo del vino y el queso, los antiguos resortes chirrían incómodos como velando el paso a cualquier figura extraña, que no sea de gato o de paloma.
Autor Holderlin - letra B |
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A - El artista del museo
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